(Aviso: contenido homoerótico)
(Viene de aquí)
—Hola. ¿Puedo quedarme aquí esta noche?
Fran se apartó y le abrió la puerta de su casa, como siempre.
—Claro.
Alex pasó y dejó caer la mochila en un rincón, dejando caer después su cuerpo traspasado de cansancio en el sofá. Fran alzó una ceja en su dirección.
—Te veo derrotado.
Lo estaba. Era viernes por la noche y lo único que le apetecía era dormir.
— ¿Vas a salir hoy?
—Estaba pensando en cenar algo rápido, cambiarme y salir, sí. Aunque algo me dice que los planes van a variar… ligeramente.
Alex sonrió sin mucha gana. Sabía que, si se lo pedía, Fran se quedaría allí con él. Incluso apostaría por que lo haría sin siquiera pedírselo.
Pero no.
—Sigue con tu vida. Yo me quedo aquí, sólo necesito un techo para dormir —le aseguró.
—Para mí que lo que necesitas es un corrector de ojeras y un buen repaso.
—JA. Muy gracioso.
—Anda, date una ducha. Nos vamos a cenar.
—No. Ni de coña me sacas hoy de fiesta —dijo Alex mirándolo con el ceño fruncido.
—Creo que la fiesta se ha ido al garete. Nos vamos a cenar, yo tengo que comer para sobrevivir. Y tú también.
Pon un amigo toca-pelotas en tu vida. Un buen amigo toca-pelotas. Conocía a Fran casi desde que empezó la universidad, una larga relación que había empezado con sexo, continuado con más sexo y, bueno… ahora eran grandes amigos y seguían practicando sexo juntos cuando les apetecía. Su relación nunca había sido amorosa, en todo caso, platónica. Se tenían gran aprecio y Alex confiaba en Fran ciegamente. Cuando llegó a la ciudad, le abrió todas las puertas secretas de ésta.
Tres cuartos de hora más tarde, sentado frente a un plato de tagliatelle al pesto cuya salsa todavía humeaba, Alex rumiaba lo que le rondaba la mente bajo la inquisidora mirada de su amigo..
—Creo que estoy colgado de alguien que está… muy al fondo del armario —dijo al fin.
—Uff… —El sonido fue acompañado por un gesto de dolor exagerado.
Alex resopló.
—Eso mismo. Uf.
—Llevas semanas desaparecido. Sólo te veo en el trabajo —dijo Fran, mientras se llevaba una copa de Protos a los labios—, ¿tiene algo que ver con eso?
Alex lo miró fijamente. Iba a ser una bomba, cuando la soltara. Asintió una vez.
Fran alzó las cejas.
— ¿Y dónde diantres os lo montáis?
Casi escupió el trozo de pan de ajo que se había metido en la boca. Su amigo y compañero de trabajo siempre con lo mismo. Alex solía hacer como él. Todo era más fácil así. Quedarse con lo básico, lo instintivo. Pero aquella era una situación especial.
—En mi casa —mencionó como si nada, cuando terminó de tragar.
Eso, al parecer, llamó la atención de Fran, que se apoyó en la mesa, echándose hacia delante, toda sus sentidos puestos en él.
—Tú nunca llevas a nadie a tu casa.
Tic-tac. La mecha de la bomba se encendía…
Ellos mismos siempre habían terminado en cualquier rincón o en casa de Fran. Sólo había pisado su piso como amigo, en alguna fiesta o cena informal.
—Él vive allí también. —Alex habló bajito a drede, sabiendo que aun así, Fran escucharía cualquier palabra surgida de sus labios.
Y los ojos se le abrieron como platos.
— ¿Javi?
Alex volvió a asentir.
Boooom!
Tras unos instantes en los que procesó la noticia, Fran se volvió a apoyar en el respaldo de la silla, al tiempo que soltaba un silbido.
—Pero Javi es… es…
— ¿Hetero? Hum, no lo creo. Hace un par de semanas yo habría dicho lo mismo, pero cuando llegué a casa un viernes de madrugada, se me tiró al cuello. —Alex utilizaba un lenguaje y un tono casual, porque sabía que su amigo estaba boquiabierto y…, qué diantre, estaba disfrutando con ello. Por una vez, la situación era a la inversa.
Fran cogió de nuevo la copa de vino y la vació en tres tragos. Después sonrió.
—Qué calladito te lo tenías. Y yo preocupándome porque estabas poco hablador. Pensaba que ocurría algo más serio, no que estuvieras retozando en el fondo del armario con el cachas de tu compañero de piso.
Alex suspiró, y la sonrisa y el divertimento desaparecieron de su expresión. Enrolló más pasta en su tenedor, jugueteando.
—Ojalá fuera tan fácil —dijo. — ¿Alguna vez te has liado con alguien que estuviera dentro del armario?
Pretendía ser una pregunta retórica, de las que hacen a uno reflexionar sobre el asunto.
—Sí. Una vez lo hice. Contigo.
¿Qué?
— ¿Qué? Ni hablar. Yo no estaba dentro del armario. Me aceptaba. Sabía perfectamente lo que quería, lo que me gustaba…
—Ya, ya, ya… Le pegabas a todo, lo recuerdo. Pero que lo supieras y lo aceptaras… no significa que no te importara lo que la gente pensara. Te escondías. —Tras una pausa, añadió—: A veces creo que todavía lo haces.
El ceño de Alex no podía estar más fruncido. Por supuesto, como siempre, Fran tenía razón. Con Javi se había escondido bastante. Mucho. Y muy bien. También procuraba ser discreto en el trabajo y en el equipo de fútbol. No era que se escondiera, simplemente dejaba los asuntos de alcoba fuera de esos escenarios.
Sin embargo, no se cortaba un pelo cuando salía por la noche.
—No lo hago. No me importa lo que la gente piense, solo que no lo llevo tatuado en la frente. Lo de Javi es diferente. —Volvió a fruncir el ceño, lleno de pesar. —Ya me ha recalcado en un par de ocasiones que él no es gay, justo después de besarme. —La expresión de Fran imitó a la suya—. A veces me he sentido… joder, he sentido como si estuviera forzándolo o algo parecido. Algo muy feo. Estoy seguro de que tú nunca te has sentido así conmigo.
—No —aceptó Fran. —Nunca.
—Ahí tienes la diferencia.
Fran estaba rumiando, sacando conclusiones y desechando ideas, y Alex casi podía escuchar cómo funcionaba la maquinara en su cabeza.
—Pero, entonces… sí os habéis liado. —Al ver cómo Alex volvía a asentir, continuó preguntando. —Y… ¿hasta dónde habéis llegado, si se puede saber?
Alex soltó una carcajada y luego tragó.
—Eso, Fran, no es de tu jodida incumbencia.
Fran alzó ambas manos, aceptándolo. Estaba en plan guasón y Alex lo necesitaba como amigo y confidente.
—Vale. Es verdad. Sólo quiero hacerme cargo de la situación para poder entender lo que me dices. Estás muy apagado. No me gusta.
Alex siguió comiendo en silencio durante unos minutos, mientras ordenaba los hechos en su cabeza. Sabía que podía confiar plenamente en Fran, de hecho, jamás se había guardado nada con él; pero en cierto modo, sentía que debía respetar la intimidad de Javi.
A pesar de que en esos precisos momentos pensara que no se merecía ninguna consideración por su parte.
Fran esperaba pacientemente, comiendo también.
—Nos hemos liado. Últimamente, casi a diario, a menudo más de una vez al día. Sin llegar hasta el final. —Sintió que le ardía el rostro al decir esto. Nunca había dado explicaciones de nada. —Al principio, en un par de ocasiones me llegó a decir que él no era gay casi al mismo tiempo que me metía mano —el semblante de Fran pareció convertirse en granito al escuchar esas palabras—. Ahora ya no lo dice, pero a veces he tenido la sensación fugaz de que… se siente mal al hacer lo que hace conmigo…
—Qué cabrón… —le interrumpió.
—No, no lo es. Está confundido…
— ¿Confundido? Y una mierda —volvió a interrumpirle Fran. Estaba enfadado. —Alguien que saca la mano, te toca el paquete y luego la esconde es un calientapollas. Y tu amiguito tiene toda la pinta… No me gusta la gente que juega así.
Y, aunque Alex sabía que Fran volvía a tener razón, le repateaba en una zona muy dentro de su pecho que insultara así a Javi.
—Las cosas no son tan sencillas. —Su voz denotando enfado.
Se midieron con las miradas durante unos minutos, ambos ceños fruncidos. En el fondo, Fran se preocupaba por él. Sólo que tenía una forma peculiar de mostrarle su apoyo. Nunca se había andado con rodeos y el que fuera tan directo era algo que Alex siempre había respetado y agradecido en él.
Vio como desviaba la mirada y suspiraba.
— ¿Qué haces en mi casa en lugar de con tu chico si tanto lo defiendes? —El tono de Fran era ahora más conciliador.
Alex apartó el plato, desganado.
—Como te he dicho, las cosas no son tan sencillas. —Hizo una pausa, escogiendo las palabras. Él tampoco tenía muy claro aún cómo había terminado llamando a la puerta de Fran para dormir en su casa. —Su padre es… estricto. Ha crecido en una familia conservadora. Yo ya lo intuía, por ciertos comentarios que hacía a veces, por eso intenté que no supiera nada de esa… parte de mí. Pero luego me descubrió y… , bueno, parece que no le soy del todo indiferente —murmuró con sarcasmo. Lo cierto era que tenía miedo de ser sólo la puerta que le abría el mundo gay. —El caso es que cuando por fin parecía que estábamos llegando a algo… todo se ha ido a la mierda.
Alex lo miró, esperando que con eso bastara.
—Sé más claro —pidió Fran.
—Morboso.
—Mucho. —Una cínica sonrisa y un trago de vino acompañaron a la palabra.
—Digamos que hoy, después de pasar una tarde estupenda y muy satisfactoria en nuestro cuarto de baño, sus padres se han presentado en la puerta. —El sarcasmo empapaba cada palabra pronunciada.
De nuevo, un silbido de agravio escapó de los labios de Fran.
—No es la primera vez que vienen, claro. Pero Javi estaba… Bueno, sensible con el tema. Asustado. Mierda, se sentía culpable, estaba nervioso, irascible… La cena ha sido un auténtico caos, fingiendo delante de sus padres y lanzándonos pullas a sus espaldas. O en la cocina.
Oh, sí. En la cocina se había montado la gorda, mientras recogían las cosas de la cena y los padres de Javi se instalaban para pasar el fin de semana en la habitación libre del piso que ambos compartían. El tono había sido comedido, pero las palabras hirientes. Se habían echado en cara muchas cosas y él había perdido la paciencia cuando su compañero de piso le había pedido «como amigo» que, por favor, fingiera que tenía una novia, que trajera a alguien a casa a comer el día siguiente. Desde luego, Javi había perdido el norte; estaba absolutamente obsesionado con que su padre notaría de alguna forma, acabaría sabiendo lo que allí había pasado en las últimas horas.
Que Javi no tuviera el coraje para enfrentarse a sus padres le jodía, pero bien, quizá era irracional por su parte pensar que lo que había entre ellos era algo significativo, algo por lo que realmente hubiera que arriesgar una relación familiar. Javi sólo estaba experimentando, así que comprendía, aunque le doliera, que no diera la cara por ellos. Pero la sugerencia de la novia había sido el colmo. Y acabó mandándolo a la mierda y diciéndole que se iba a pasar la noche de viernes jodiendo con su supuesta novia.
Se arrepentía de cada palabra. Pero no de haber salido de aquella casa antes de que el fin de semana terminara. No quería imaginar cómo iba a ser si tenía que tomar por referencia las primeras horas.
—Yo soy la «novia», ¿no? —apuntó Fran bromeando.
Pero la mirada que le lanzó Alex congeló el humor de su compañero de cena.
—Está bien, lo siento. No sabía que te afectara tanto. —Se miraron en silencio los dos. — ¿Te afecta tanto?
Alex asintió lentamente. Luego apartó la mirada, agobiado por desnudarse así, aunque fuera frente a Fran, que lo sabía todo de él.
Su amigo suspiró y volvió a echar el cuerpo hacia delante, buscando intimidad para lo que iba a decir.
—Ese tío es un necio. No sabe lo que tiene, ni lo valora. No todo el mundo tiene un periodo de adaptación, alguien que comprenda sus miedos y sepa esperar o hacer las cosas bien. Pero bueno, eso es algo que tú y yo sabemos de primera mano. —Tras una pausa significativa, continuó en tono más íntimo. —Tampoco tiene ni idea de lo que se pierde al dejarte ir así. No dejes que te hunda; puedo, aunque me cuesta, entender su postura, pero… joder, no tiene catorce años. Tiene que hacerse cargo de la situación, de lo que quiere en su vida. Y tú tienes que seguir con la tuya. Él se lo pierde, ¿entiendes?
Mierda. Alex tenía los ojos húmedos, de modo que parpadeó varias veces, incómodo.
—Vámonos a casa —sugirió Fran.
—No quiero sexo.
—Tsé, ni yo, creído. —El tono se volvió más serio. —Haremos lo que tú quieras.
Alex se moría por acostarse a dormir y no despertarse hasta el lunes, como mínimo.
Cuando llegaron a casa, convenció a Fran para que saliera por ahí, era viernes y él no necesitaba niñera. Se iba directo al catre. Aquel le hizo jurar y perjurar que se encontraba bien antes de salir por la puerta.
Una vez solo, fue al cuarto donde se iba a quedar y sacó ropa limpia de la mochila que había traído. Intentó no pensar en si Javi se atrevería a llamarlo al día siguiente o si esperaría a que sus padres se fuesen el domingo. Intentó no pensar en la posibilidad de que no llamara. De que tuviera que ser él de nuevo quien tirara del carro. Estaba más cansado de lo que creía. Se fue directo a la ducha, intentando no pensar en nada en absoluto.
Pero su mente era una bastarda traicionera y, cuando estuvo bajo el chorro caliente de agua, una imagen muy nítida de lo que había pasado bajo otra ducha hacía tan sólo unos días inundó su cabeza con un brillo cegador. Imposible de ignorar. Seguía pareciéndole increíble que Javi hubiese hecho aquello. Y más increíble aún que él le hubiese dejado hacerlo, teniendo en cuenta las circunstancias. Al parecer, Javi tenía ese poder sobre él. El poder de hacerle olvidar incluso su nombre, de barrerlo todo, lo bueno, lo malo, para dejar sólo su mera y brillante presencia.
Alex se veía arrastrado por ella sin redención. Esa… inocencia que Javi desprendía en cada acción y en cada palabra, que perfumaba su piel y envolvía sus risas. Que excusaba sus actos… Esa era la misma que él había tenido tiempo atrás.
Y era la que anulaba todos sus sentidos.
Por eso, aunque se le habían puesto los pelos como escarpias y un gélido escalofrío había recorrido su columna vertebral cuando Javi lo giró contra la pared en la ducha, se había rendido sin remordimientos.
Por eso, en ese mismo instante, él mismo tenía la frente apoyada en la pared, mientras el agua caliente le recorría la piel, recreando dos escenas de su vida muy parecidas… y muy diferentes. Lo sabía. Se estaba lanzando a la hoguera y se iba a quemar. Era completa y absolutamente consciente de que estaba yendo más allá, de que Javi no tenía nada claro, mientras que él, beso a beso, se había ido colgando más de su amigo. Y «colgarse» era una forma suave de decirlo. La otra palabra, que sin duda lo definía mejor, se la había prohibido a sí mismo.
Y mientras pensaba en todo eso, cerró los ojos y bajó la mano hasta su sexo. Porque, maldito fuera, Javi estaba en todas partes. Pero, sobretodo, estaba detrás de él, suspirando su deseo en su oído y calentándole la espalda con su piel. Besándole la nuca y diciéndole sin palabras tras su discusión, lo que su cuerpo quería. No se había permitido revivir ese encuentro en la ducha durante todo ese tiempo. Le daba pavor. Pero esa noche en la que habían discutido intensamente y se habían separado, se sentía tremendamente solo. Y abrió las compuertas de los recuerdos, dejando a las sensaciones libres en sus sentidos. Mientras se acariciaba con los ojos cerrados y la frente apoyada contra los azulejos, alzó la otra mano hasta la alcachofa de la ducha, mojándola bien, y luego descendió hasta sus glúteos. Dejó que el agua mojara bien la zona entre jadeos y comenzó a acariciarse, centrándose en el recuerdo de Javi e ignorando otros menos agradables. Introdujo un dedo acariciando el lugar que muy pocos habían acariciado y el placer le hizo apretar los dientes. Sus jadeos eran los únicos que se oían en el cuarto de baño mientras se acariciaba y se penetraba cada vez con mayor intensidad, recordando la última vez que había bajado las barreras…
—Javi… —jadeó justo antes de que un potente orgasmo le hiciera temblar entre gruñidos.
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Aunque no hasta el lunes, Alex durmió aquel fin de semana mucho más de lo que habría esperado. Estaba cansado, pero lo que realmente le hacía dormir era la apatía.
Como había esperado, pasó todo el sábado y Javi no llamó.
Lo quería fuera de circulación mientras sus padres estuvieran en casa. ¿Qué pensaba que iba a hacer? ¿Meterle mano delante de sus progenitores a sabiendas de que él no quería? Igual a Javi le preocupaba ser incapaz de resistirse y delatarse él mismo, pensó Alex con ironía.
Pensó en llamar él. Fran se enfadó cuando supo que la mera idea se le estaba pasando por la cabeza.
—Tú eres quien decide, y yo te voy a apoyar. Pero, joder, él hizo mal. Deja que se sienta un poco responsable, al menos…
Y, claro, él pensaba en frío. Y tenía razón.
Qué malditamente frustrante.
Fran no se despegó de él en todo el fin de semana. Quizá porque observaba cómo su ánimo se iba agriando con las horas. Estaba desconcertado, porque nunca antes lo había visto tan preocupado. Salvo, quizá… cuando lo conoció.
Aquella etapa fue oscura.
El sábado por la noche cenaron en casa y luego Fran propuso ver una película con intención de llenar la cabeza de su amigo con otras cosas, al menos, durante un par de horas. Ambos sentados al sofá, con la única luz de una lámpara ambiental y la pantalla de televisión, bebieron cerveza y comieron Doritos. Y alguno se pasó con el líquido ambarino, porque tras terminar la película estaba de lo más hablador.
Alex sabía que la incontinencia verbal que sufría no se debía sólo al alcohol; Fran estaba con él y Javi, no. Cualquier deferencia que hubiera querido mantener para con él se había esfumado con el paso de las horas. Le sentaba bien hablar, le sentaba bien que Fran escuchara. Le sentaba genial sentirse comprendido y consolado por él. Como había sido siempre.
Fran abrió otra cerveza para él mientras escuchaba a Alex descargar, hablaba y hablaba sobre Javi, sobre cómo era su relación antes de que se produjera su primer encuentro. Le confesó que alguna vez había ya pensado en él de forma sexual, aunque había desechado la idea conociendo las convenciones de su compañero de piso. La sorpresa cuando llegó aquel viernes a casa y Javi le besó con tal ansia que le derritió por dentro y terminó de rodillas ante él. Fran escuchó luego sobre los tiras-y-aflojas de la incipiente relación, las discusiones,… Alex hablaba sin cesar y él sólo asentía o preguntaba algo cuando no lo entendía, simplemente para que no dejara de hacerlo, porque, maldito fuera, su amigo era como un jodido compartimento estanco con el asunto de Javi y él sinceramente pensaba que le estaba quemando por dentro.
Mostrarse comprensivo se tornó complicado, no obstante, cuando su amigo le confesó que, en realidad, sí habían llegado hasta el final. El relato de cómo Javi se le había acercado en la ducha le congeló el torrente sanguíneo y le enfureció. Y luego la incredulidad hizo presa en él al saber que Alex le había dejado hacer. Incluso más, el tono que empleaba al contárselo era íntimo e incrédulo a su vez, pero para nada triste o reprobatorio.
Fran estaba mudo.
Conocía la historia de su amigo. Las consecuencias que había tenido aquel suceso lejano en el tiempo les había afectado a los dos cuando se conocieron. Fran se las arregló, aun no sabía cómo, pues Alex se mostraba completamente cerrado, para llegar hasta el fondo del asunto. Se había implicado más de lo meramente necesario en apoyar a Alex porque lo valoraba como amigo y persona, pero también porque había llegado a tocar sus propias fibras sensibles. Sabía que a Alex todavía le afectaba cuando se daban ciertas situaciones, así que hizo lo que casi siempre funcionaba para ambos.
Alex sentía los párpados pesados y tenía la mirada borrosa. Pero la lucidez de sus pensamientos era clara: sabía perfectamente lo que estaba contando, aunque no tenía ni idea de lo que pensaría Fran al respecto. Seguro que lo tomaba por loco, después de todo. De momento, lo había dejado mudo, cosa absolutamente inusual en su amigo, que solía tener réplica para todo. El silencio se extendió entre los dos; normalmente se sentía cómodo con él, pero esta vez le estaba poniendo nervioso. Y cuando ya buscaba frenéticamente algo más que decir (o sencillamente, iba a pedirle a Fran que, por todos los santos, dijera algo), éste se echó hacia delante y lo besó.
Lo besó como había hecho en multitud de ocasiones antes, con la maestría que otorga una vasta experiencia, su lengua pintando la seducción en su boca, arrancándole un jadeo y extrayéndole una respuesta. Alex respondía por propia voluntad, por el reconocimiento de su cuerpo hacia el de Fran que encajaban siempre tan bien y solía ser la promesa de placer absoluto. Por la necesidad de cobijo que siempre le atenazaba cuando algunos recuerdos recorrían sin permiso sus neuronas.
Qué curioso. Esos recuerdos se habían mantenido a buen recaudo cuando lo había hecho con Javi bajo la ducha, y sin embargo, se habían vuelto a esparcir ahora, simplemente contándole la experiencia a Fran.
No podía pensar con claridad, no con la mente abotargada de recuerdos y alcohol, ni con la mano de Fran acariciando con tanta pericia su sexo que sentía que el aire no llegaba a su cerebro como debía. Sabía lo que su amigo quería hacer, se lo iba a ofrecer como otras veces y él aceptaría, porque lo necesitaba, aunque sólo con él… Sólo con Fran. Sus manos desabrochaban botones sin ninguna torpeza, lo cual quería decir que no iba tan borracho como quería creer; Fran estaba tan excitado como él y contuvo un jadeo en cuanto le cogió. Cerró los ojos, tragándose los nervios, porque podía confiar en Fran…
Sin embargo, al hacerlo, otros jadeos mucho más contenidos e inexpertos, unos que le erizaron por dentro cargándole de electricidad, vinieron a su oído desde atrás…
Cortó el enfurecido beso, dejando caer la cabeza.
Javi…
—Espera… —jadeó, aun estando duro como el granito, y puso las manos sobre el pecho de Fran.